Autorretratos

Quizá parezco una caricatura. Pero me asumo. Estoy a millas de una realidad. Pienso en el circo de mi infancia. En el hospicio de huérfanos. En la altura de los sueños no alcanzados. Pienso en aquélla ciudad de ricos, en que serví sin una queja. Y en aquél otro horizonte de desvalidos, en que cicatricé heridas. No sé si alguna vez me he reconocido. A mis sesenta, sigo vagando por veredas sin destino…


Puede ser una estupidez, pero ése soy yo. El que da bofetadas a rostros de cartón. El que huye de la felicidad melindrosa. El que cree en los dioses de cemento. El que espera una cucharada de miel. Ese soy yo. A quien sólo el destino puede interrogarle qué espera.


¿Qué me duelen estos once años de rejas? Yo estoy bien. ¿Qué me corroe el silencio de quienes fueron familia? Yo estoy bien. ¿Qué todavía espero que la justicia me limpie? Yo estoy bien. Entretanto, confío que Eduwiges y Eleonora no me culpen de sus propios extravíos. A los dos las amé por igual. Las dos se enfrentaron por ese amor. Las dos me traicionaron, amándose aviesamente. A las dos les esculpí el cuello en rojo coral.


Estoy caído pero no derrotado. Tengo la paciencia de Job y saldré del vientre de la ballena del infortunio. No me apuren. Sé que resucitaré, como Lázaro. Y como Jesucristo terminaré curando a los leprosos. ¿Qué razón me asiste para así pensar? La razón del Libro de los Libros. Y el amaos los unos a los otros. Como yo no he amado.


Acabo de llevar a las llamas mi Diario. Ya no quedan registros de mis días. Sin embargo, mi daimon sabe cuáles son las culpas. Y también lo sabe esa vecina curiosa que me ha espiado a lo largo de toda una vida y conoce de mí hasta los días en que me baño…


¿Puedo defender mis vacíos? Seguramente más que mis hipocresías. No obstante, si tuviera que retratarme en la piel exacta de mis acciones, diría que soy el espectro de un hombre que creyó en sus propias ficciones. No llegó a novela, ni tan siquiera a cuento…


Hoy terminaron de tatuarle los dos últimos centímetros de piel de su cuerpo. Caligafías, flores, rostros, testimonios de vida y muerte están en brazos, piernas, vientre, rostro. Sólo las faneras han quedado libres. Hasta la lengua tiene una sentencia si se quiere erótica. Está preparado. No para que lo desuellen vivo, sino para que su piel le sea arrancada con cuidado, al último suspiro. Los japoneses la han comprado. (Seguirá viviendo en una gran vitrina de museo…)

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Poeta, ensayista, crítico de arte, Jorge M. Taverna Irigoyen nació en Santa Fe. Ha publicado una decena de libros de poesía, crítica e historia del arte, mereciendo numerosos premios por su labor. Publicó sus narraciones breves bajo el título Historias verosímiles en la revista Letras de Buenos Aires y en el suplemento cultural de El Litoral de Santa Fe. Fue Director Provincial de Cultura, director y fundador del Centro Trandisciplinario de Investigaciones de Estética de Santa Fe y presidente de la Asociación Santafesina de Escritores. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes.

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