Crónicas

Demócrito vuelve después de estar cinco años en Egipto, al lado de los geómetras. Es uno más de sus largos viajes, que merecen las reprobaciones de Leucipo. Hipócrates de Cos no dice nada, porque lo admira. Y sabe que esos viajes tendrán pronto fin. Cuando Demócrito se arranca los ojos para meditar mejor, Leucipo se horroriza y arrepiente. Hipócrates, en silencio, comprende que ha ganado el optimismo de Demócrito sobre el pesimismo de Heráclito, que llora por todo.( La historia es piadosa y los absuelve por igual)


Es la hora en que las piedras vuelan y nadie sale de sus casas por temor. Un anciano se rebela. La lluvia de piedras lo cerca. Pero él, con rápidos golpes de karateca, las va cortando en el aire. Cuando todo es un manto de pedregullos, llama a las puertas para que comiencen a salir sin temor…Hasta mañana.


Fuimos al circo y la función me defraudó. No había leones, por aquello de la protectora de animales, y los perros malabaristas estaban llenos de sarna y se rascaban y las pelotas caían al piso. Unos chicos se metieron en la pista, tras los payasos, y les sacaron las narizotas. Todo salió mal, y para festejarlo fuimos a un festival de rock.. Allí me quitaron la pollera y las zapatillas y hasta me cortaron las trenzas con una cizalla. Al entrar a casa, mamá lanzó dos gritos. Es que los circos han cambiado mucho, la tranquilicé.


En las cuevas de Covadonga dicen las crónicas que está guardado un tesoro. Allí derrotó Pelayo al ejército moro de Alçama. Los duques de Montpensier, que por ahí anduvieron, también escucharon eso dos siglos después. Y hasta Carlos III se interesó por las versiones, aunque no envió súbditos. Alfonso I y el tal Pelayo están sepultados a la entrada, en la misma roca horadada, como guardianes. Los turistas que llegan a Oviedo y las visitan, nunca han hallado nada. Aunque hoy, al salir, nos revisaron bolsillos y mochilas y los datos personales de cada uno…Por las dudas.


La crónica del robo no sirvió ni para los diarios. Todo figuraba calculadamente mal. El insistió en que lo que más le dolía era la propia conciencia. Pero nadie lo tomó en cuenta. Entonces, buscó a su cómplice, le dijo que iba a confesar todo y fue derecho a la comisaría. Allí, su hijo mayor estaba declarando. Volvió a salir. Un año después, al retornar a casa, el hijo aclaró que las rejas no le dolieron.


Es en Pisa. Galileo Galilei pone su ojo en el telescopio, aunque certeramente no sabe lo que va a ver. Piensa que –a más del Cosmos- pueda ver más cerquita a la torre inclinada Pero como todavía no la han construido, se contenta en contemplar los anillos de Saturno.


Empezó por el final: como cuando uno quiere saber cómo termina la novela. Lógicamente olvidó que el personaje era él mismo, y al intentar tomar su pulso radial no halló latidos.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Poeta, ensayista, crítico de arte, Jorge M. Taverna Irigoyen nació en Santa Fe. Ha publicado una decena de libros de poesía, crítica e historia del arte, mereciendo numerosos premios por su labor. Publicó sus narraciones breves bajo el título Historias verosímiles en la revista Letras de Buenos Aires y en el suplemento cultural de El Litoral de Santa Fe. Fue Director Provincial de Cultura, director y fundador del Centro Trandisciplinario de Investigaciones de Estética de Santa Fe y presidente de la Asociación Santafesina de Escritores. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes.

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