De amores

Corina de Tanagro, la gran poetisa griega, está mirando la ventana sin mirar. El paisaje no existe. Hay un hueco tan hondo, como el que tiene en su corazón en este instante: es la quinta vez que Píndaro la vence en un certamen. La quinta vez que a los ojos del mundo queda como inferior. La quinta vez que se deja vencer para que él, su amado inconfeso, no quede con sus odas triunfales y sus cantos detrás de Esquilo y enloquezca.


Estamos solos y hay luna alta. Le tomo la mano derecha. La suelto y tomo la izquierda. La suelto también, porque está transpirada. Ajusto su cintura con mi mano. Tiene corsé. Paso mis dedos por sus muslos. Una nube ciega a la luna. Salgo corriendo del jardín.


El testamento es largo y, por ahí, críptico en sus conceptos. Habla de una vecina a la que amó en silencio, a través del muro divisorio de sus casas. Habla de otra musa, que le inspiró sus versos de adolescente. Habla de la hermana de una novia que tuvo durante el servicio militar. Y de una mujer mucho mayor, con la que cree pudo haber engendrado un hijo. El notario reserva el párrafo último y lee con asombro: lego todo mi patrimonio a las trece gatas que crié en estos años.


Después que él enseñó Elocuencia a Plinio el Joven –entre tantos discípulos- comencé a odiarlo desde lo más hondo de mis entrañas. Tanta oratoria, tanta capacidad para decir, para arengar, tantos honores concentrados, ¿para qué? Quintiliano, en el fondo, no sabe hablar. Dice sólo lo que cree saber. Pero para mí (y en esto no hay rencor) mi Marco Fabio es un hombre que no domina el latín. ¡Jamás, jamás me declaró su amor!


A Lucrecia le inquieta que su amado sólo haya copulado con ella el día en que su esposo marchó a la guerra. A él le preocupa que ella no le confiara nada del guerrero ausente; de ahí, el adulterio carece de incentivo.


Cuentan las escrituras medievales que el amor se cantaba, se danzaba y aún servía para que la mesa estuviera bien surtida y limpia. Eduwiges no quiere saber nada de ese amor y sólo piensa en encontrar otra doncella que la satisfaga en cantos, danzas y, sobre todo, en ser una buena cocinera.


Se enamoraron sin querer. Tal vez por sintonía. La carpa del circo selló esa relación que nadie pensó que duraría: el gigante acromegálico, con la enana acondroplásica.


Cuando Dios le enseñó a volar pensó en los dioses alados. Nunca imaginó que se enamoraría del primer reptante con cabeza de Adonis que se le atravesó.


Rosa Troncoso es mujer de amores. No tuvo suerte con los maridos. Las malas lenguas dicen que les exige mucho, pero ella siempre tan delgada la pobre. Como sacarles, no les sacó nada a ninguno de los cuatro. Lo que sí, a la semana de llevarlos al camposanto pone el aviso. Viuda joven…

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Biobibliografía

Poeta, ensayista, crítico de arte, Jorge M. Taverna Irigoyen nació en Santa Fe. Ha publicado una decena de libros de poesía, crítica e historia del arte, mereciendo numerosos premios por su labor. Publicó sus narraciones breves bajo el título Historias verosímiles en la revista Letras de Buenos Aires y en el suplemento cultural de El Litoral de Santa Fe. Fue Director Provincial de Cultura, director y fundador del Centro Trandisciplinario de Investigaciones de Estética de Santa Fe y presidente de la Asociación Santafesina de Escritores. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes.

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