Historias japonesas

Dicen que Kikaku tiene tanta paciencia con los tigres como con las libélulas. Su secreto es que a cada criatura la mira a los ojos, y si no le responden, les besa el corazón.


En la provincia de Oshu los cuervos son sagrados. Jamás osaría nadie tirarles un plomo o cruzarles el cuello con una hoja de metal. Los cuervos sobrevuelan el mercado y hay días –dicen- que una doncella abre su sexo para que beban el néctar de sus entrañas.


En el jardín del templo Yoshinaka-Dera, a orillas del lago Biwa, unas piedras junto al sendero marcan la vida. Hay que recorrerlas sin temor, porque constituyen una suerte de estela. Conducen al cuerpo de la Nada, y ningún caminante –hasta hoy- se ha sentido frustrado al llegar…


Kuni Matsuo estudia desde hace años la poesía de Bashó. Sabe de su quietud y de su paciencia. Y del radiante vuelo de sus jardines de aire. Kuni Matsuo sueña con el poeta y lo visualiza sin esfuerzo. Le da la mano y le ofrece siempre una taza de té. Matsuo supone que Bashó nunca se elevó al Techo del Mundo. Por eso, siente que quizá, quién sabe, no se haya reencarnado en su cuerpo…


En el templo, bendicen la belleza buscando los altares de la serenidad. Leen poemas de Chiyo y de Sanin y en cada uno las palabras quedan suspendidas, flotando, como si cien colibríes las mantuvieran en alto. De pronto, un trueno quiebra el hechizo. Y las niñas salen corriendo como si un dragón los hubiera devorado en vuelo…


Masunaga Teitoku celebra siempre el año nuevo escribiendo un poema. El dios que inspira le cierra esta vez las persianas. Por la tarde, intenta de nuevo. Cae la noche, y en el camastro, sin temor alguno, acepta que ésta sea su última noche de año viejo.


Kudo, maestro del zen, enseña sin tablillas. Todo lo escribe en el aire, con sus manos. Y lo retrata de nuevo en las aguas del lago. Kudo habla muy poco. Pero su pensamiento es tan proyectado, tan ligero, que todos le comprenden sin esfuerzo. Kudo tiene los años del tiempo y su cuerpo cada vez se suspende más y se transparenta en los huesos. Un día, cuando aparece con tablillas para enseñar, sus discípulos lo dejan solo.


Fuimos a visitar el Gran Templo de Amaterasu Omikami, en Ise, donde puede uno cruzarse con la Diosa del Sol. Mi mujer no es escéptica, pero descree de todos los ritos orientales. Al entrar, yo caí en éxtasis. Sentí un calor intenso en las sienes. Perdí por segundos mis sentidos. Salí nuevo. Ella, sonriendo, bajó los primeros escalones, cayó, y se quebró ambas piernas.


A orillas del rio Sumida florecen los cerezos. Es primavera y las abejas zumban. El sacerdote ha quedado dormido sobre las hierbas. Un fotógrafo neoyorquino lo sorprende con el flash. Diez días después, al revelar el rollo en Manhattan, la película sólo muestra un campo de hierbas con pétalos de flores de cerezo


Bashó, el gran poeta, sabe que no hay diferencias entre Uno y Todo. Que no hay antagonismo entre Hombre y Naturaleza. Bashó sabe que sus haikus se corresponden con la gracia de los ideogramas de Utamaro. Y que todo entra en una especie de satori o iluminación. Por eso, al entrar en su tienda no enciende luces: va con una flor en la mano, que todo lo hace brillar.


El kimono del poeta Bussón está raído. No lo han lastimado los caminos ni los años. Raído porque los gusanos que hilaron la seda han dejado de trabajarla.


Ocurrió en la provincia de Oshu. Los plantadores de arroz se han levantado: no les alcanzan los dineros para llevar la vida. Los patrones no dan opción: o trabajan o son reemplazados. Ellos responden que seguirán en los surcos con agua, pero no comerán un solo grano más ni ellos ni los hijos de sus hijos.


Hoy, el lago Omi se ha inundado de lágrimas de las doncellas olvidadas.


Minamoto No Yorizane escribe sobre las noches lluviosas y las noches de luna. A veces se le enredan las gotas en el pico de una garza o la luna no logra desprenderse de las tinieblas. Entonces, para que la tanka no pierda sentido, abre el sol como un recurso y su sueño ya no necesita almohada de flores de cerezo.


Issa nació en la aldea de Kashiwara y a los tres años quedó huérfano. Bebió el agua del infortunio y caminó sin sandalias. Cuando desposó a Kiku entró en el Paraíso y conoció a Li Tai Po, que escribía sobre el invierno. A él le cantó sus poemas de primavera. Issa nunca pensó que los sermones se escribían con palabras; por eso, murió de gracia.


Graba por milésima vez una flor de loto en la madera. Con las mismas tintas que han calificado las formas del monte Fuji. (La gran ola de Kanagawa suspende su cresta empuntillada en el estante de las estampas). Es el momento en que Katsushika Hokusai torna a mirar la flor, que se deshoja y deja caer un pétalo sobre su mano.


El kankodori canta en la montaña. La cigarra lo hace en un árbol del valle. Camino a Shinano, él canta a su niño muerto.


Una abeja huye de los bordados del kimono de Kiyowara y torna al panal.


El lago Omi y el largo puente de Seta es el lugar de encuentro para que la angustia se reconcilie con la esperanza.


El monje Saigyo sabe que va a morir el día de la muerte de Buda. Y para que no lo sorprenda con los ojos cerrados, pide a la señora Eguchi que le abra los párpados con alas de libélulas.


Detrás del biombo se esconde un pino de papel de arroz.


Kino Tomonori escribe haikus, como su afamado antepasado. Los dedica a la hija del gobernador de Kazura, que nació ciega pero sabe leer de los labios.


Ella mató hoy los patos mandarines, uno a uno. Ya no le interesan más como símbolo de la felicidad conyugal. El se ha ido con la luna.


Perfecto el paisaje. Sólo hay que plegar las hojas superiores del cedro azul, que se recortan demasiado sobre el sol de porcelana.


Cae la nieve tardía. Su esposa muere en el camastro. El sale y vuelve a traerle un trozo de brisa entre las manos.


Retornan los plantadores de arroz. Hay un humus que se levanta de los cercos de bambú. Cada una los espera en la puerta, como gorriones de plumas tiernas.


Al parir un gato, la geisha comprendió el maleficio.


Recuesta el cansancio sobre el jardín de piedra, luego de haberlo doblado cuidadosamente en ocho paños. Después, aligera los pies y sube la montaña.

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Biobibliografía

Poeta, ensayista, crítico de arte, Jorge M. Taverna Irigoyen nació en Santa Fe. Ha publicado una decena de libros de poesía, crítica e historia del arte, mereciendo numerosos premios por su labor. Publicó sus narraciones breves bajo el título Historias verosímiles en la revista Letras de Buenos Aires y en el suplemento cultural de El Litoral de Santa Fe. Fue Director Provincial de Cultura, director y fundador del Centro Trandisciplinario de Investigaciones de Estética de Santa Fe y presidente de la Asociación Santafesina de Escritores. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes.

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