Musicalis

Cuando Haydn conoció al joven Beethoven, pensó que podía encauzar su talento. Las pullas de Mozart no le importaron. Y le dedicó tiempo Ya anciano y en la gloria, Haydn está sentado en uno de los bancos en la capilla de la corte de los príncipes de Esterhazy, sus protectores. Piensa que la vida es buena. Un órgano toca fragmentos de su Stabat Mater. Lo reconoce. La inmortalidad no existe. Sus años más felices fueron aquéllos de niño coreuta en San Esteban, en Viena. Alguien se sienta a su lado, le toma una mano y la besa. Es Beethoven.


Toca el laúd, después de haber pasado por las cuerdas de la mandolina, la bandurria y la cítara. Abraza la caja y pasa sus pulpejos por el nácar y las maderas taraceadas.de su superficie. Ama el laúd. Con él cantó a la vida y despidió al padrastro. Ama el laúd que cada día le da la paz de acceder al Paraíso. Ama el instrumento que, en un movimiento de la góndola, se desliza de sus brazos y cae a las profundidades de un canal veneciano.
(Es el mismo laúd que tocara Ginevra dei Benzi, mientras la pintaba Leonardo Da Vinci)


En clave bizantina, los músicos de smoking comienzan a tocar. Virtuosos. La platea silenciosa. La luz focalizada. La cámara sonora en grises plúmbeos. La rectora batuta por los aires. Y el teléfono celular que despunta junto a otro más allá y otro en la primera fila y en el fondo. La coralis vulgaris desconcierta al concertino, quien violin en mano azota el instrumento sobre el palco avant scene, donde el régisseur acaba de desmayarse.


Nunca aceptó lo de niño prodigio. Y menos, con el poder de su batuta frente a los cuarenta osos que debe dirigir, que lo miran con sorna. Hoy lo ha decidido: al subir el telón, les marcará tiempos equívocos para que la orquesta suene mal y la silbatina los baje a los cuarenta de su pedestal de cartón.


La música le entra por los ojos, en vez de los oídos. Y dicen, le diagnosticaron, que es una patología de competencia sensorial. No entiende: cuando va a los museos de arte, jamás escuchó cantar a las pinturas.


Ama Bach. Y sus fugas lo enternecen de tal manera que últimamente –para no ceder a los imprevistos estímulos esfinterianos- lo escucha con pañalín.

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Biobibliografía

Poeta, ensayista, crítico de arte, Jorge M. Taverna Irigoyen nació en Santa Fe. Ha publicado una decena de libros de poesía, crítica e historia del arte, mereciendo numerosos premios por su labor. Publicó sus narraciones breves bajo el título Historias verosímiles en la revista Letras de Buenos Aires y en el suplemento cultural de El Litoral de Santa Fe. Fue Director Provincial de Cultura, director y fundador del Centro Trandisciplinario de Investigaciones de Estética de Santa Fe y presidente de la Asociación Santafesina de Escritores. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes.

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