De obsesiones y reclamos

Acaba de comprender que pide demasiado: paz interior. Tiene la Biblia en las manos y la ha leído con atención página a página, por años. No ha matado a un ser querido. No ha olvidado los amores de siempre. No ha herido a nadie por el placer de herir. Pero no puede pedir paz interior. Es pastor de almas y –sin tener la suya sucia- ha perdido la convicción de la Palabra.


Le obsesiona la calvicie.. No acepta pelucas y, por cada pelo que cae definitivamente, celebra todo un duelo de llantos incontenibles. Hoy se miró al espejo. No se vio mal. El cuero cabelludo está brillante, como una esfera pulida. Y la verdad, halla que el pañuelo de seda atado ya no es necesario. Sale a la calle con orgullo: ha superado un equívoco de la naturaleza. (El vecino Ionesco, el dramaturgo, sonríe: su obra la ha curado).


Está ocupado en descifrar un códex de egiptología. Lo heredó de su tío abuelo, Alexander Tomkinson, que mucho caminó los desiertos con picos y mapas y hasta ayudó en la exhumación de la pirámide de Kefren. No le faltan recursos y ya está entrando en el campo de los asombros. Esa noche se corta la luz. Busca infructuosamente una linterna. Y enciende la vela que terminará el trabajo para siempre, cuando el sopor lo venza…


No reclamó la herencia del tío. Si bien único heredero, la dejó para el fisco. Su mujer le preguntó por qué hacía eso. Tardó varias semanas en responderle. Las necesarias para demostrar que el lento veneno que lo llevó al camposanto, se lo había administrado ella.


La obsesión por las puestas de sol caracteriza a la familia Pérez Roldán. En el barrio lo saben, cuando los ven salir. El abuelo, las dos hijas, el yerno, los cuatro nietos. Todos encolumnados, van hacia la ribera del rio. Ahí se sientan. Y en silencio, tarde a tarde, se extasían ante el crepúsculo como si oficiaran un ritual de adoración. Nadie pregunta el por qué de esta costumbre. Nadie sabe que ella, la que partió hace años por voluntad propia, era la musa inconfesa del Sol…


Explíqueme por qué no debo seguir pensando en el fin del mundo. Lo dicen los profetas y si está en el Testamento, debo creer. Y prepararme como es debido, siervo impío como lo soy. El fin del mundo está próximo y soy consciente. Por eso no salgo. Por eso hace ya varios años que he roto todos mis compromisos. Por eso trato tener la mente sin estímulos, vacía, para recibir el fin como debe ser…Por eso hoy vendí la casa.


Sólo una cosa pide a Dios. Nunca más soñar en colores, ya que sus sueños son sanguinarios y le asustan.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Poeta, ensayista, crítico de arte, Jorge M. Taverna Irigoyen nació en Santa Fe. Ha publicado una decena de libros de poesía, crítica e historia del arte, mereciendo numerosos premios por su labor. Publicó sus narraciones breves bajo el título Historias verosímiles en la revista Letras de Buenos Aires y en el suplemento cultural de El Litoral de Santa Fe. Fue Director Provincial de Cultura, director y fundador del Centro Trandisciplinario de Investigaciones de Estética de Santa Fe y presidente de la Asociación Santafesina de Escritores. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes.

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